miércoles, 3 de junio de 2009

135 La trampa

La intervención quirúrgica para implantarle a un hombre joven un segundo pene acaba de finalizar. Puede verse la zona genital rasurada, y los dos miembros, el segundo implantado por encima del primero; además, en la piel afeitada destacan con claridad los puntos de sutura.
El paciente se está despertando poco a poco de la anestesia. Una doctora le administra una inyección en el brazo izquierdo, quizá de algún analgésico que le adormezca el dolor de la herida.
—Bueno, general Duharé, ya está usted listo para su propósito –anuncia la doctora, retirando la aguja hipodérmica, que cubre con un largo capuchón plástico antes de arrojarla a un recipiente de forma cúbica con advertencias de peligro de contaminación biológica en sus cuatro caras laterales.
—Me siento algo atontado –dice el general–. No creo que ahora mismo pueda hacerme cargo de ninguna misión –bromea con voz pastosa.
—Ya veo que sigue conservando su buen humor. Lo necesitará cuando deba acudir solo al lado de esa mujer y no pueda recurrir a nadie…
—No creo que corra peligro. Dicen que la reina Gador es muy hermosa y todas las ghevaradas han tenido fama de ser muy sensuales…, incluso aquella que mantuvo durante años una secreta relación amorosa con el jefe de su guardia…
—…al que luego ordenó encarcelar y ejecutar, según dice la leyenda –añade la doctora.
—Sí, eso he oído –acepta el general–, pero creo que él se lo buscó, ¿o no fue ese mismo hombre quien intentó adueñarse del poder?
—Lo intentó, efectivamente –confirma la doctora–, y pagó con la vida su osadía. Una ghevarada nunca es débil… Usted deberá tener más cuidado.
El timbre del teléfono liberó a Minerva de aquel sueño tan extraño. Cuando logró coger el auricular, ya habían colgado. Sin duda, alguien se había equivocado de número y se había dado cuenta enseguida. Miró el reloj de su mesilla de noche. Le faltaban diez minutos para levantarse. Permaneció acurrucada con el gato en la cama, bajo el cálido y ligero edredón de plumas, mientras repasaba la compleja historia de aquellos increíbles personajes: un hombre con dos penes y una curiosa misión para la que iba a necesitar el segundo miembro viril, una reina a la que debía conquistar, otra reina que había condenado a muerte a su amante… Minerva pensó que esto último no era nada nuevo, ya lo había hecho Isabel I de Inglaterra con el conde de Essex… ¿Y qué diantres era una ghevarada?