viernes, 10 de abril de 2009

221 Una espectadora inmóvil

En una gruta bastante lóbrega, la silueta de un anciano permanece inmóvil. No puedo ver al hombre, pero cerca de él hay una fuente de luz, posiblemente una hoguera, pues la luminosidad que percibo me recuerda las oscilaciones de las llamas. Su sombra reflejada en la pared me permite deducir que es un hombre de larga barba ondulada y abundante cabello que le nace en la frente. Supongo su edad avanzada por su espalda algo encorvada. Yo también permanezco inmóvil, pues me resulta imposible desplazarme hacia otro puesto de observación para ver el original de esa sombra.
Percibo un ruido y el hombre hace un gesto levísimo con la cabeza, lo que me indica que probablemente lo ha oído él también.
El anciano se incorpora con dificultad, ahora puedo ver su silueta de pie apoyándose en un bastón, no demasiado erguido por la curvatura de su vieja espalda.
Una sombra entra rápidamente en la cueva y se acerca al hombre. El recién llegado parece joven, delgado, de aspecto atlético, sin duda. Tiene el cabello rizado y corto. El anciano, con más rapidez de la esperada, sujeta al joven por la barbilla, levanta una mano armada con un instrumento cortante y le da un tajo en el cuello, probablemente a la altura de la yugular, pues percibo un chorro de sangre que brota de la herida con fuerza… El atacante acerca su boca al cuello de su víctima, que se debate todavía entre la vida y la muerte en una lucha de la que no saldrá victorioso. Pasan así minutos, quizá horas, no puedo saberlo porque la escena parece congelarse y alargarse como si se produjese una distorsión temporal. También el espacio se ha desequilibrado. Esta oscuridad que me envuelve me impide huir. ¿Me aguardará el mismo destino que al joven? Espero ser sólo una espectadora de este drama…
El atacante se incorpora, ha soltado a su víctima, que se desploma ya sin vida. El asesino eleva sus manos hacia el techo de la cueva, profiriendo un grito capaz de helar la sangre de la persona más valiente… Su espalda ya no está encorvada y con ímpetu lanza lejos de sí el bastón que hace un rato le era tan necesario.
Minerva se despertó sobresaltada por el sangriento sueño. A su lado Drácula dormía plácidamente, con un suave ronroneo. Todo estaba bien. Aquella historia escalofriante era sólo una creación de su subconsciente, pensó, intentando tranquilizarse.