martes, 24 de marzo de 2009

150 Un extraño acecha de nuevo

Me encuentro en el cuarto de baño del piso bajo de la casa de mis padres, acabo de darme una ducha y me estoy secando a conciencia con la intención de aplicarme una crema hidratante en el rostro e irme a dormir.
Los visillos están abiertos porque el cuarto de baño da a la parte trasera de la casa, a un huerto de habichuelas que también es nuestro y nadie pasa nunca por allí. Pero, de repente, me parece vislumbrar un movimiento rápido fuera de la ventana. Cuelgo la toalla intentando no dar muestras de mi creciente nerviosismo y con gestos aviso silenciosamente a mi madre, que se dispone a acostarse. No quiero dar la alarma y que el mirón se me escape. Cada vez es más fuerte la sensación de que ya he vivido antes esta misma situación y sé qué va a pasar.
Mi padre no está en casa, de modo que yo debo utilizar la escopeta; voy a su habitación y con presteza saco el arma, desmontada y descargada, de su funda. Sé cómo recomponerla y cargarla pues he visto a mi padre hacerlo alguna vez y recuerdo dónde guarda él los cartuchos de caza.
Mientras voy rápidamente hacia la cocina, encajo a toda prisa las piezas. Sé que el intruso huirá por ahí y efectivamente, quizá cansado de acechar mi regreso al cuarto de baño o sospechando que le he visto, oigo sus pisadas en la gravilla del sendero que comienza en el huerto de habichuelas y bordea la casa. Cuando, instantes después, me parece captar la débil sombra que produce al moverse bajo la escasa luz de una farola, cerca de las parras que adornan la entrada, yo ya he abierto una ventana y disparo en aquella dirección con tan buena puntería que escucho una queja. No imagino dónde le he podido herir porque la escopeta se ha movido y también me ha hecho desplazarme a mí con el retroceso (es una pena que a las mujeres no nos enseñen a usar armas de fuego), pero estoy segura de haber oído ayes, probablemente de dolor y quizá de sorpresa, pues no se esperaría aquello. Mi madre dice que debemos salir y yo le replico que es peligroso; no obstante, ella se dispone a abrir la puerta de la calle…
Un abrazo repentino despertó a Minerva. Asustada, encendió la lámpara de la mesilla de noche, miró a su alrededor y respiró con alivio al ver que el brazo que la había asustado era de Alex, que dormía con una sonrisa infantil en los labios, respiraba acompasadamente y se había dado la vuelta para abrazarla y acurrucarse junto a ella. Drácula, el gato, dormitaba en los pies de la cama.