Abdullah, mi primer marido, acaba de regresar de su viaje a los Estados Unidos de Norteamérica, acompañando a la ministra de Asuntos Exteriores. Toda la familia ha acudido al salón a recibirlo. Me ha saludado a mí la primera, como corresponde a mi rango de cabeza de familia; a continuación, ha estrechado la mano de Ahmed y lo ha abrazado, como es costumbre entre ellos, que, desde que comparten el mismo techo, han ido estrechando su amistad; después ha abrazado y besado a nuestro hijo, al que quiere entrañablemente, y le ha dicho:
—Cada vez que regreso de un viaje, encuentro que has crecido.
Mi hijo ha sonreído y ha vuelto a abrazar a su padre, lo que resulta habitual entre ambos ya que aprovechan al máximo el tiempo que pueden estar juntos, debido a que Abdullah se ve obligado a viajar con frecuencia a causa de su trabajo. Más tarde ha saludado efusivamente a Alí y a Shayara, revolviéndoles el cabello con sus manos y dándoles sendos besos en la mejilla. Finalmente ha estrechado la mano del ama de llaves y del cocinero, que siempre le dan la bienvenida a casa. El chófer también ha estado presente, pues ha recogido a Abdullah en el aeropuerto.
Esta noche Abdullah y yo cenaremos solos en el saloncito contiguo a mi dormitorio y después probablemente haremos el amor y él se quedará a dormir conmigo. Siempre lo hemos hecho así cuando él vuelve de uno de sus viajes, con la aprobación de Ahmed, que dispone de mucho más tiempo para disfrutar de mi compañía. El cocinero ha preparado para esta noche hojaldres de pescado, cordero con ciruelas, puré de almendras con clara de huevo, limón y miel, y gelatina dulce perfumada con agua de rosas, este último postre para complacer a mi pequeña Shayara. Ahmed y los niños degustarán este mismo menú en el comedor familiar.
Abdullah se dirige a mí de nuevo. Es un hombre mayor que yo, de unos cincuenta y cinco años. Lleva el cabello casi blanco bastante corto. Su rostro es atractivo en conjunto, y su barba y su bigote, grises y pulcramente recortados, bien atusados siempre, le confieren un aspecto respetable y distinguido. Es alto y delgado, esbelto, y va vestido elegantemente con un traje gris, camisa blanca y corbata de seda granate y azul marino. Es el único toque de color en su indumentaria impecable, sin una arruga, sin un roce, parece que acaba de vestirse para salir y, en cambio, acaba de llegar de un largo viaje. El cansancio se le nota más bien en los ojos castaños y en los párpados algo caídos bajo sus impecables y gruesas cejas grises. Sus modales son exquisitos, como buen diplomático, y su trato resulta cortés y afable.
Ya estaba deseando irme a cenar con Abdullah todos aquellos manjares...
El timbre del teléfono sobresaltó a Minerva, que dormía plácidamente y se despertó con la impresión de haber dormido poco. Encendió la lámpara de la mesilla de noche y cogió el auricular:
—Sí –respondió.
—A que no sabes quiénes somos –le dijeron desde el otro lado voces desconocidas.
—A que sí –respondió casi mecánicamente–. Una pandilla de idiotas.
Y colgó el teléfono, pero después lo pensó mejor y volvió a descolgarlo, para evitar posibles llamadas del mismo grupo de estúpidos, y decidió que lo mejor sería dejarlo así toda la noche. Acarició la cabeza de Drácula, que dormía acurrucado sobre el edredón, junto a su cadera derecha. El gato comenzó a ronronear y Minerva sólo tardó unos minutos en volver a conciliar el sueño. Podría disfrutar todavía de muchas horas de descanso. Al día siguiente sería sábado y tenía una cita con Álex, que regresaría de Roma hacia el mediodía.
FRASE Y CUENTO: "EN UN IMPASSE".
Hace 2 meses