Subo seis escalones con lentitud y entro en un espacio pobremente iluminado. Es una habitación pequeña, con el suelo y las paredes de madera de pino. Huele a sangre y a muerte. Me asusta este hedor y salgo inmediatamente. Ahora ya no veo la escalera por la que he subido antes, sino una puerta estrecha que da paso a un reducido vestíbulo, casi sumido en la penumbra, y otra puerta y otra, todas entreabiertas…
Me desplazo cada vez más rápidamente, como si estuviese huyendo de algo, por un angosto pasillo de paredes sucias, renegridas. No hay suficiente luz aquí, sólo de trecho en trecho una bombilla polvorienta pende del cielo raso sostenida por un cable sucio y viejo. Poco a poco me doy cuenta de que los cercos oscuros que al principio he creído manchas de suciedad, parecen más bien de sangre reseca. Da la impresión de que alguien ha limpiado sus manos ensangrentadas en la pared, las formas de esos manchones que ahora me asustan se asemejan cada vez más a huellas alargadas dejadas quizá por las manos asesinas de alguien que acababa de cometer un crimen y quería quitarse aquella sangre de encima cuanto antes.
Minerva se despertó muy asustada por lo que acababa de vivir. ¿Qué desconocidos entresijos se destapaban en su cerebro durante el sueño para que ella pudiese imaginar tales horrores? Estaba dándole vueltas a aquella pregunta cuando rememoró una historia que su madre había oído contar a la abuela materna, un recuerdo macabro de sus años en Cuba. Narraba la abuela el caso de una conocida suya que había sido asesinada en su propia casa por la señora que le ayudaba en las tareas domésticas. Esta había golpeado a su víctima salvajemente con una plancha de hierro, de las que se usaban antes, mucho más pesadas que las actuales, y después había manchado las paredes con la sangre de la víctima. La abuela pensaba que la asesina se volvió loca al darse cuenta de lo que había hecho y se apresuró a limpiarse las manos en el primer sitio que encontró, que no fue otro que la pared.
Cuando Minerva escuchó la historia, se quedó pensando en aquella deducción de su abuela. Muy bien podría tener razón, pero a Minerva le daba la impresión de que debía de tratarse más bien de un ritual. La abuela aseguraba que la asistenta estaba enamorada del marido de la víctima, y Minerva, dando un paso más, llegó a imaginar que quizá la criminal estaba eliminando a su rival y tomando posesión de la casa en una misma ceremonia mágica, de ahí que pasase las palmas de sus manos por las paredes, no con la intención de limpiarse la sangre de la víctima, sino para hacer suya aquella vivienda junto a todo lo que había en ella, incluido el hombre que amaba, que quizá estaba ajeno a todo lo que él había desencadenado o quizá no, ¿quién podía saberlo ya, después de tantos años?
FRASE Y CUENTO: "EN UN IMPASSE".
Hace 2 meses